En un principio, todo era tan leve... Los hechos no tenían la misma rotundidad y las consecuencias eran siempre salvables. La percepción era infinita, perfecta y misteriosa, pero nunca cobarde. Sabía que no podía comprender las distancias, los recorridos eran trámites mágicos y los lugares burbujas de realidad que se conectaban unos a otros sólo por sencilla asociación de ideas. El futuro no existía más lejos del último capricho, y nunca tenía miedo, nunca tenía miedo.
Con el tiempo todo cambió. La conciencia fue devorando la conducta, y el remordimiento sentenciándola. Inmensos abismos de vacío germinaron en las entrañas como por derecho propio, como parte del ser. Entonces la insatisfacción reinó el comportamiento, y convirtió el camino en deriva. Misteriosamente después de cada naufragio había tierra a la vista y dentro, un rincón donde esconderse. Y después necesidad de aire limpio, y de salir al exterior. El final fue terriblemente resumido, el cerco se estrechó, y el ruido de la última tempestad monopolizó cualquier otro con martilleo constante y doloroso. Sólo quedó miedo. No dejé de habitar escondites y el último instinto se apoderó de mí: necesidad de desaparecer.
2 comentarios:
Maese Solatz,encontré este texto como borrador,y me ha parecido sencillamente conmovedor.Con sumo respeto y fuerte abrazo,tu esencia gemela te hace también una reverencia a modo de saludo.
Si encontrases otro borrador, guárdalo para ti. Un honor tenerte por aquí.
Publicar un comentario